Hace mucho tiempo, a más de 3.000 metros de altitud en las montañas del Himalaya, los pueblos nómadas vivían en armonía con un animal tan robusto como mítico: el yak.
El yak, un gran rumiante de pelaje espeso, es un pilar de la vida tibetana ya que proporciona su leche rica y potente, que los pastores llevan siglos transformando en un queso muy duro, capaz de conservarse durante mucho tiempo sin refrigeración.
Este queso es, ante todo, un alimento de supervivencia... pero también una fuente de energía compartida con sus compañeros de cuatro patas: los perros de montaña, fieles, trabajadores y siempre dispuestos a proteger los rebaños.